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Alcohol y juventud: Neuronas en llamas? (página 2)




Enviado por Felix Larocca



Partes: 1, 2

Jóvenes entre
los 12 y 17 años


Cuando su hijo
llegue a la adolescencia,
ya debería haber aprendido lo básico sobre el
alcohol y
debería conocer sus opiniones e ideas con respecto al
abuso de sustancias que crean dependencia. Su objetivo
debería ser reforzar lo que le ha enseñado y
mantener las vías de comunicación abiertas.

Durante la adolescencia, es más probable que su
hijo se comporte de manera arriesgada. Puede que su creciente
necesidad de independencia
le haga desafiar los deseos de sus padres como una forma de
reafirmar su autonomía. Pero las posibilidades de
comunicación positiva con su hijo aumentan si cree que
usted acepta o respeta a la persona que es
ahora: una persona que quiere gustar y ser aceptada por sus
compañeros y que necesita un cierto grado de privacidad y
confianza. Usted puede ayudar a mostrarle su respeto evitando
los métodos de
disciplina
como los sermones excesivos y las amenazas. (Véase
aquí, mi ponencia: Adolescencia: Quo
vadis?
).

A menudo, los adolescentes
actúan como si no necesitaran afecto, pero no es
así. "Dígale a su hijo, 'Te quiero y me preocupo
por ti. Por eso quiero que estés informado o que sepas por
qué quiero hablar de esto' ".

Cómo
enseñarle a su hijo a decir no

Usted le puede enseñar a su hijo varios
métodos para lidiar con los ofrecimientos del alcohol y
las
drogas:

  • Enséñele a su hijo a hacer preguntas.
    Si se le ofrece una sustancia desconocida, puede preguntar:
    "¿Qué es esto?" o "¿De dónde lo has
    sacado?"
  • Enséñele a su hijo a explicar por
    qué no le interesa beber, con frases como, "Esa noche
    voy al cine" o "No
    me interesa perder control".
  • Enséñele a su hijo a sugerir otras
    actividades. Si un amigo le ofrece alcohol, su hijo puede
    ofrecerle otras alternativas como ir a caminar o alquilar una
    película.
  • Recuérdele a su hijo que debería
    alejarse de una situación si no se siente cómodo
    con lo que está sucediendo. Asegúrese de que
    tenga dinero para
    transporte o
    un número de teléfono donde pueda localizarle a usted
    o a otro adulto responsable.
  • Enséñele a no aceptar que alguien que
    ha estado
    bebiendo le lleve en su carro. Algunos padres encuentran que
    ofrecerse a recoger a sus hijos cuando están en una
    situación incómoda — sin
    exigir explicaciones — ayuda a animar a los niños
    a ser honestos y a llamar en cuanto necesitan
    ayuda.

Factores de
riesgo

Las investigaciones
sugieren que los períodos de transición o de
estrés,
como el inicio de la pubertad o el
divorcio de
los padres, pueden ser conducentes al consumo de
alcohol. Los padres deberían enseñarles a sus hijos
que aunque la vida puede ser a veces difícil o estresante,
beber alcohol para escapar de los momentos difíciles puede
empeorar una situación ya mala.

Los niños con problemas de
autocontrol o poca autoestima son
más propensos a abusar del alcohol. Estos niños
pueden creer que no pueden enfrentarse a sus problemas y
frustraciones sin recurrir a algo que les haga sentir
mejor.

Los niños que no sienten una conexión con
su familia o que
se creen diferentes en cierta forma, como por su aspecto o nivel
económico, también pueden correr riesgo. Los
niños a los que les es difícil creer en sí
mismos necesitan desesperadamente el amor y
apoyo de los padres o de otros familiares.

De hecho, no querer dañar su relación con
los adultos que se preocupan por ellos es la razón
más común para no consumir alcohol y otras drogas.
(Véase mi ponencia: Aprender a auto
valorarse
).

Consejos
generales

Afortunadamente, hay muchas cosas que pueden hacer los
padres para proteger a sus hijos del uso y abuso de
alcohol:

  • Sea siempre un buen modelo de
    conducta.
    Piense en cómo su consumo de alcohol. tabaco o
    medicamentos pueden influir en sus hijos. Sería bueno
    que considere ofrecer sólo bebidas no alcohólicas
    en fiestas y otros acontecimientos sociales para mostrarles a
    sus hijos que no es necesario beber para
    divertirse.
  • Edúquese sobre el alcohol para ser un mejor
    ejemplo para su hijo. Lea y busque información que pueda compartir con su
    hijo y otros padres.
  • Intente tomar conciencia
    de cómo puede ayudar a fomentar la autoestima de su
    hijo. Por ejemplo, los niños son más propensos a
    sentirse bien consigo mismos si se hace hincapié en sus
    puntos fuertes y se les anima positivamente a seguir conductas
    saludables.
  • Enséñele a controlar el estrés
    de forma saludable, buscando la ayuda de un adulto de confianza
    o dedicándose a su actividad favorita.
  • Quiera a su hijo incondicionalmente.

En
resumen

Estas pautas adicionales a las tantas que hemos
publicado, pude que sean reiterativas. Pero, para aprender la
iteración es útil.

Antes de discutir el arte de decir
"no", quisiéramos contar la siguiente anécdota a
nuestros lectores.

El candor de Candi…

Hace muchos años que mi esposa y yo
comenzáramos a donar nuestros servicios a un
orfanato en Juan Dolio.

Porque, en el lugar, los niños no solamente
carecieran de servicios médicos y psiquiátricos,
sino que asimismo de educacionales. Yo me encontré, de
repente y sin haberlo planeado de antemano, en la
situación precaria de ser maestro para más de unos
veinte, alerta y perspicaces niños dominicanos.

Mis tareas en esos tiempos, como instructor de
médicos en un hospital de Santo Domingo, no se
podían comparar con las demandas intelectuales
que me imponían los "huérfanos de Juan
Dolio."

Los residentes en el hospital mencionado parece que
estaban saturados o aún hastiados de conocimientos para
querer arriesgar el equilibrio
tenue de sus letárgicas células
cerebrales prestándole su atención a pesquisas intelectuales
fútiles.

Los huérfanos, por contraste, eran otra cosa.
Cuando las lecciones terminaban imploraban en coro: "¡ay
doctor… no pare ahora… apréndanos
más! …"

¡Qué ocupación más grata y
digna fuera ésa, la de instruir niños para el
futuro de esta nación!

Dos veces a la semana yo daba clases por cuatro horas.
Y, mientras, enseñaba, mi esposa tomaba notas para
ayudarme a mejorar mi estilo.

Enseñar a niños, que hablaban el inglés,
gracias al esfuerzo de los directores del orfelinato en
cuestión, se convertía a menudo en tarea
difícil.

Un día, les llevamos dos mapas de pared y
por medio de ellos, exploramos el mundo civilizado.

Otra vez, les llevamos una foto del transporte
supersónico Concorde y les contamos de nuestra
peripecia de haber volado a una altitud de 55,000 pies, a una
velocidad de
1,350 millas por hora (Mach 2), mientras que la temperatura
exterior fuera de -63°C.

Les contamos acerca de nuestros viajes y los
introducimos a los milagros del lenguaje y de
la matemática. Le dijimos, algo que pocos
conocen; dónde se originó el nombre de Juan Dolio y
les introdujimos a la política, invitando a
que los conocieran dos de los candidatos presidenciales de ese
año.

Aprendieron lo que son los palíndromos, los
años bisiestos, los números capicúa, y el
aforismo privado que así les amonestaba: "[que] nadie debe
de nacer para ser [un] sirviente."

Un día, camino al orfanato, compramos un
noticiero nacional donde una columna mía se había
publicado. Los huérfanos, cuando se la
enseñáramos estuvieron extáticos, porque en
ella los mencionaba a ellos. De ahí una nueva costumbre se
estableció… la de leer, en voz alta — con ellos
— los periódicos, cada vez que
visitáramos.

Un día llegamos con un periódico,
en el cual se describía la visita (para el beneficio de un
orfanato en la localidad a donde vivíamos) de una artista
del cine norteamericano, cuyos exiguos talentos, demostrados en
la pantalla, han sido limitados a la ejecución sin
estorbos de los actos sexuales más tórridos y
explícitos. Se llamaba Sharon Stone.

Explicar a los niños que esa señora iba a
ser acogida como persona distinguida en el seno de una sociedad tan
moralista, como se jacta de ser la nuestra, resultaría
contradictorio amén que difícil para
mí… Así que preferí optar por
discutir con ellos las duplicidades peculiares del comportamiento
y de la moralidad
humana.

Cuando partimos ese día, el
periódico se quedó atrás en el orfanato
y las discusiones que tuviéramos después, nos
llevarían por diferentes senderos.

Pero no todo se había relegado al olvido, como
ahora veremos.

Un día, comenzamos la lección hablando de
las ambiciones futuras de los niños presentes.

Por supuesto, como los directores del orfanato son de
origen anglosajón y de orientación religiosa, un
buen número de los niños dijeron que querían
dedicarse a la pedagogía, al ministerio religioso (o a las
dos cosas, preferiblemente). Muchos otros, propensos hacia
nosotros, querían ser médicos o enfermeras, ello, y
a pesar, de que son carreras muy largas y muy
difíciles.

Entonces, decidimos preguntar a cada niño por
turno y en sucesión, lo que cada quien anhelaba lograr en
su futura vocación.

Cada niño se puso de pie y nos ofreció un
soliloquio breve de sus ambiciones futuras.

Toda procedió bien hasta que le
preguntáramos a Candi lo que ella optaría por
ser…

Su respuesta llena de sabiduría y de
entendimiento singular produjo una convulsión inesperada
entre los adultos presentes, quienes visitaban el
plantel…

Porque, ella dijo lo siguiente:

"… yo quiero ser una cuero como la
señora Stone…" (Cuero en la
vernácula dominicana es sinónimo de
prostituta).

Para concluir este ensayo,
prefiero no interferir con mis propias consideraciones con la
famosa "Sabiduría de Candi", si no que voy a reproducir
simplemente palabras que se les atribuyeran al político
inglés Lord Barbazon (1884-1946):

"Tenemos la prostituta, una que alquila su cuerpo por
dinero. Una cosa terrible, pero, ¿somos nosotros mismos
tan inocentes? ¿No es cierto que los abogados [y los
políticos] se venden ellos mismos por
dinero?".

Candi, de modo elocuente y con el candor propio de su
nombre, nos introdujo a las duplicidades y las hipocresías
de nuestras instituciones
"sagradas".

Nosotros ese día aprendimos una lección
inolvidable y preservamos una memoria indeleble
de los eventos de esa
mañana.

Para concluir, queremos hacer esta admisión:
nunca hemos visto (ni veremos) un filme en el cual la
señora Stone se ostenta…

Finalizaremos esta ponencia con otro tema
pertinente…

Aprender a decir
"no"

Dr. Félix E. F. Larocca
Cuando queremos decir "no" y decimos "sí", estamos
devaluando nuestro "sí".

Comunicarse eficientemente con los
demás, con precisión y empatía y dejando un
residuo final de imagen positiva
ante nuestros interlocutores es uno de los cometidos clave de una
vida en sociedad. Se trata de un proceso
complejo, en el que debemos articular habilidades aprendidas y
talentos naturales (como el dominio del
lenguaje oral y gestual, el don de la oportunidad, la adecuada
gestión
de las emociones, el
encanto personal…). Es un proceso éste, en
el que hemos de combinar la tolerancia
necesaria para aceptar y entender al otro, con la capacidad de
expresar nuestras opiniones o preferencias. Hay dos cosas que a
muchas personas les resultan problemáticas y
difíciles: una es de pedir o solicitar favores, y la otra,
es decir "no". Centrándonos en esta última
cuestión, dar respuestas negativas supone un esfuerzo —
empeñados como estamos en caer bien — en resultar
tolerantes, comprensivos, amables y diligentes. La timidez y el
déficit de autoestima son problemas añadidos a la
dificultad que tenemos.

Todo empieza en la infancia

Entre las primeras actitudes que
aprende un bebé, la de negarse, la de rebelarse ante sus
padres, ocupa un lugar preferente. Oponerse es la mejor manera
que el niño o niña tiene para afirmarse. Es una
forma de marcar una diferencia entre ellos y el mundo
circundante, una defensa ante la sensación de
invasión que perciben por el requerimiento constante que
viene de sus mayores. Con el paso de los años la estrategia del
niño no va remitiendo, porque en la adolescencia recobra
su fuerza y se
erige casi en patrón dominante de conducta.

Pero en la medida que el joven va asumiendo mayores
cantidades de responsabilidad y autonomía, le resulta
más difícil decir no. Comienzan a adquirir
relevancia planteamientos como los de evitar problemas
innecesarios y propiciar un buen ambiente con
su entorno, caer bien a los demás, soslayar las
discusiones… El problema surge cuando esta tendencia se
consolida en exceso y, por timidez, comodidad o pragmatismo se
convierte en hábito.

Hay que diferenciar entre no contrariar a nuestros
interlocutores porque coincidimos con sus propuestas, opiniones o
planteamientos y hacerlo por hábito, siempre y en
cualquier circunstancia. Si no manifestamos nuestro desacuerdo
cuando discrepamos en cuestiones importantes, o si hacemos lo que
consideramos inapropiado o lo que resulta perjudicial para
nuestros intereses, anteponemos las necesidades, opiniones o
deseos de los demás a los nuestros. Esto puede causarnos,
además de los previsibles perjuicios de índole
práctica, problemas de autoestima, y puede trasmitir de
nosotros una imagen de personas con poco
albedrío.

Tras esta conducta complaciente puede hallarse la
creencia de que llevar la contraria o no aceptar tareas que
consideramos incorrectas, o que no nos corresponden conduce a que
se nos vea (o nos veamos) como egoístas. Muchos piensan
que eso es lo peor que les pueden llamar, hasta tal punto tienen
asumido que la generosidad, la compasión, la
empatía y la abnegación altruista son atributos
positivos, y del todo contrapuestos al egoísmo natural —
y hasta cierto punto, lógico — de todas las
personas.

¿Por qué el miedo a
decir no?

Algunas personas sufren cada vez que se han de negar a
algo, bien sea por miedo a defraudar las expectativas de otros,
bien por temor a no dar o a no saber argumentar su negativa, o
por simple pereza y comodidad. Se trata, en definitiva, del miedo
a no ser estimados y queridos. Nuestra necesidad de ser
aceptados, atendidos y tenidos en cuenta, puede llevarnos —
desde el espejismo que crea una autoestima poco asentada — a
mostrar una constante disponibilidad a todo, lo que nos sume en
una dependencia no sólo de los demás, sino de esa
imagen desde la que actuamos, dejando de ejercer nuestro derecho
a decir "no". Esa dependencia dificulta nuestra evolución personal, dinamita nuestra
autoestima, e imposibilita el libre ejercicio de la
responsabilidad que propicia relaciones saludables y equilibradas
de interdependencia con los demás, en las que decimos
"sí" cuando lo consideramos adecuado y en las que
mantenemos en pie la posibilidad de siempre decir que
"no".

La fuerza del

Un "no" a secas resulta para muchos demasiado
expeditivo; después del "no" les conviene decir
"sí", aunque sea a la postura contraria de la del
interlocutor, proporcionando alternativas, exponiendo y
defendiendo los argumentos con convicción y firmeza pero
eso sí, sin herir ni menospreciar.

Pero, esto sólo es posible si se sabe decir "no"
sin sentimientos de culpa por ello.

Cuando queremos decir "no" y, sin embargo, decimos
"sí", estamos devaluando nuestro "sí", ya que, de
puro rutinario, lo hemos despojado de su verdadero valor.
Devaluar nuestra afirmación es hacerlo con nuestro
crédito
como personas que sienten, piensan y tienen criterio propio.
Equivale a devaluarnos ante los demás y ante nosotros
mismos.

No es una buena costumbre.

Hemos de buscar un equilibrio que nos permita ser
tolerantes y comprensivos, pero siempre habilitando un espacio
para expresar nuestros matices o discrepancias. Si cedemos
siempre, nos estamos haciendo daño.
Si no somos capaces de decir "no", pensaremos que a los
demás les puede ocurrir lo mismo. Entonces, cada vez que
obtengamos una afirmación a algo que pedimos o comentamos,
dudaremos de si realmente es una respuesta sincera, y por ende,
si importamos a nuestro interlocutor.

Este asunto crea un verdadero círculo vicioso que
resulta inextricable.

Ser nosotros mismos

Conectar con nuestras necesidades, atender a lo que
queremos y necesitamos, priorizar el cómo estamos en cada
momento y situación, nos obliga a saber decir "no". En
ocasiones, decir "no" deviene necesario para conocernos, para
significarnos y mostrarnos al mundo tal como somos. Desde la
sinceridad empática (acercándonos a la
situación del interlocutor), entablaremos unas relaciones
de autenticidad, en las que impere un diálogo
más veraz, fluido y constructivo. De esa manera, podremos
decir que sabemos con quién hablamos y cómo se
encuentra la persona con la que lo hacemos. Hay demasiadas
relaciones vacías, formales, vestidas de cordialidad y
buenos modales. Una cosa es la sociabilidad y otra muy distinta,
la hipocresía del "quedar bien" a toda costa.

Digamos "no" cuando queremos decir
"no"

No nos sintamos culpables por decir "no".

Demos siempre prioridad a nuestras necesidades,
opiniones y deseos sin creer que es manifestación de
egoísmo, sino de responsabilidad, autoestima y
madurez.

Decir "no" cuando lo consideramos justo o necesario, es
la mejor forma de comprobar en qué medida nos valoramos y
sí se nos quiere por lo que somos en realidad.

Permitámonos verificar que nuestras negativas no
sólo no rompen vínculos con los demás, sino
que plasman un compromiso de sinceridad, respeto, responsabilidad
y autenticidad.

La confianza se fortalece cuando el diálogo y la
interacción no se sustentan en falsos
asentimientos y condescendencias.

Si ejercemos nuestro derecho a decir "no", podremos
pensar que los demás hacen lo propio, y asentaremos una
comunicación más insobornable, veraz y
fluida.

En resumen

Cuando teníamos dos años de edad, todos
travesamos un período del desarrollo
cuando la palabra "no" era ubicua en nuestro
vocabulario.

Más adelante, cuando fuimos instruidos en los
acicates de las elegancias sociales, aprendimos que las
apariencias exigían que nos congraciáramos con los
demás para ser aceptados por ellos. En ese instante
perdimos algo de nuestra autonomía, ya que negar lo pedido
a muchos ofendería.

Pero, no es así, decir que "no" es un arte y una
medida de autoestima defensiva que debemos cultivar.

Si nos resulta difícil decir "no", aprendamos
entonces, a decir "¡Nyet!"

Bibliografía

Suministrada por solicitud.

 

Dr. Félix E. F. Larocca

Partes: 1, 2
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